Gentrificación, una amenaza al patrimonio y la cultura

Gentrificación, una amenaza al patrimonio y la cultura

Por. Natalia Ramírez

La urbanización acelerada de Bogotá ha traído consigo una transformación visible en barrios tradicionales de la ciudad, como parte de una tendencia o fenómeno conocido como gentrificación, donde se apuesta por diseños que atraen población con altos ingresos y de preferencia extranjeros.

Este proceso urbano afecta principalmente a sectores populares o de clase media con transformaciones que pretenden ajustarse a los gustos y preferencias de los nuevos pobladores. Adecuaciones que en principio parecerían inofensivas y muy pertinentes, pero a gran escala ponen en riesgo el patrimonio, la cultura y la historia popular de los barrios y por ende, las ciudades.

Una tentadora propuesta

En muchos sectores de Bogotá, los barrios son producto de trabajo comunitario. Edificaciones, parques, escuelas fueron construidas como parte de un movimiento comunal que generaba asociatividad, liderazgo y articulación con entidades gubernamentales. Ese es su principal valor:  su historia, su arquitectura y su proceso que los haces a todas luces llamativo.

Ahora, ante el éxito de la digitalización, la globalización y aplicaciones que permiten hospedaje en casas familiares a menores costos que un hotel, abren paso a turistas, en su mayoría extranjeros se dejan cautivar por esas ofertas y llegan a las ciudades. Una economía que se mueve gracias al uso de su dinero en ciudades con menos costos que sus países de origen, lo cual conlleva  un alza generalizada en los precios para ajustarse a su poder adquisitivo, y eso es precisamente lo que termina afectando a los ciudadanos de Bogotá.

Esta tentadora propuesta trae consigo una “modernización” del espacio: se construyen edificios nuevos, llegan cafeterías con nombres reconocidos, coworkings, y los precios inevitablemente suben. A simple vista puede parecer un cambio positivo, pero, ¿A qué costo?

Lo que para algunos puede parecer una mejora en la infraestructura y calidad de vida, para otros representa una amenaza directa. En Bogotá, barrios como Chapinero, La Candelaria, Teusaquillo, San Felipe y partes de Barrios Unidos son claros ejemplos de esta transformación. Hace pocos años estos sectores eran conocidos por su historia, su carácter cultural o por ser accesibles para estudiantes, artistas y familias trabajadoras.

Hoy, vemos cómo edificios antiguos son reemplazados por torres residenciales de lujo. Donde antes había una panadería de barrio, ahora hay una cafetería con precios fuera del alcance del vecino promedio. Este fenómeno que pareciera tener la noble causa de mejorar la 'cara de los barrios', termina por desplazar a sus habitantes originales porque ya no pueden pagar el arriendo o los nuevos costos de vida.

La gentrificación en Bogotá está borrando la memoria de muchos barrios, reemplazando la diversidad social por zonas exclusivas. Lo que antes era una mezcla rica de culturas y estilos de vida, ahora se convierte en espacios homogéneos y elitistas. Además, este fenómeno tiene un impacto directo en el acceso a la vivienda. Mientras los nuevos proyectos se promocionan como "oportunidades de inversión", muchas personas se ven obligadas a mudarse a las periferias de la ciudad, aumentando los tiempos de transporte y la desigualdad social.

Otro aspecto clave es el impacto de las plataformas digitales en este fenómeno. Aplicaciones que facilitan que muchas viviendas que antes eran ocupadas por familias bogotanas, ahora se alquilen a corto plazo para turistas extranjeros. Esto, además de reducir la oferta de vivienda disponible para los residentes, sino que también impulsa artificialmente el costo de los arriendos. En zonas como Chapinero, La Macarena o el Centro Histórico, se ha vuelto común ver apartamentos reformados exclusivamente para este tipo de hospedaje temporal, priorizando el negocio por encima del derecho a una vivienda digna. Esta lógica de mercado hace que vivir en la ciudad se vuelva cada vez más costoso para quienes siempre han estado aquí.

Además del aumento en los precios de vivienda, la gentrificación también afecta la identidad cultural de los barrios. Lugares tradicionales con historia, donde existían tiendas familiares, salsotecas, plazas de mercado y ventas callejeras, están siendo reemplazados por negocios 'más rentables' que responden a los gustos de los nuevos residentes con mayor poder adquisitivo. Este reemplazo progresivo no solo borra la memoria colectiva del lugar, también genera una sensación de desarraigo en quienes han vivido allí toda su vida. La cultura local se va diluyendo y, con ella, la autenticidad de Bogotá.

Finalmente, pareciera que el discurso oficial muchas veces promueve la gentrificación bajo la idea de renovación urbana, presentándola como una estrategia para mejorar la ciudad. Sin embargo, estas intervenciones rara vez incluyen una participación real de la comunidad. Se planifican obras, construcciones y reformas sin consultar a quienes son directamente afectados. El resultado es una ciudad que luce más moderna, sí, pero también más desigual, donde los beneficios del desarrollo se concentran en unos pocos, mientras que los costos sociales los paga la mayoría.

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